domingo, 9 de mayo de 2010

JULIE B. BECK
Primera Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes

Al cultivar un “corazón de madre”, cada niña y cada mujer se prepara para su misión divina y eterna de maternidad.

A menudo he oído a mi padre describir a mi madre como una mujer con “corazón de madre”, lo cual es cierto. Su influencia maternal la han sentido muchos centenares, o quizás miles, de personas, dado que ella ha refinado su función de madre en grado superlativo. Su testimonio del Evangelio restaurado de Jesucristo y la clara percepción de su identidad y propósito han guiado su vida.

Ella tardó más que la mayoría de las mujeres en conocer al que sería su marido, pero antes de casarse, dedicó su vida a progresar. Aunque era poco común en su tiempo, prosiguió estudios universitarios y era una destacada profesional. Después de casarse, los hijos llegaron en rápida sucesión, y dentro de unos años, era madre de una familia numerosa. Todo el conocimiento que había adquirido, todas sus facultades y dones naturales, y toda su preparación, ella los invirtió en una organización que no tenía límites terrenales. Como hija de Dios fiel a sus convenios, se había preparado toda la vida para la maternidad.

¿Qué es tener “corazón de madre” y cómo se logra tenerlo? Se aprenden algunas de esas cualidades en las Escrituras. Parafrasearé Proverbios: “Mujer… [con corazón de madre]… ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas… con voluntad trabaja con sus manos… y planta viña del fruto de sus manos… Alarga su mano al pobre… Fuerza y honor son su vestidura… Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua. Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde” (Proverbios 31:10,13, 16, 20, 25–27). La mujer con “corazón de madre” tiene un testimonio del Evangelio restaurado y enseña los principios del Evangelio con convicción; guarda los convenios sagrados que ha hecho en los santos templos; comparte sus talentos y sus conocimientos con generosidad; adquiere toda la instrucción que sus circunstancias le permiten, elevando su intelecto y su espíritu con el deseo de enseñar lo que aprenda a las generaciones que la siguen.

Si tiene hijos, es una “buena madre” (véase 1 Nefi 1:1) que observa y enseña las normas de conducta en absoluta conformidad con las enseñanzas de los profetas vivientes. Enseña “a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:28). En lugar de prestar oídos a las opiniones y a las verdades parciales del mundo, sabe que las normas del Evangelio se basan en verdades eternas e invariables; cree que la “responsabilidad primordial de… criar a [sus] hijos” es una “responsabilidad sagrada”, fundamental y digna (véase La familia: Una proclamación para el mundo). Alimentarlos físicamente es tan honroso como alimentarlos espiritualmente. Ella “no [se cansa] de hacer lo bueno” y se deleita en servir a su familia, puesto que sabe que “de las cosas pequeñas proceden las grandes” (D. y C. 64:33).

Cuánto anhelo que toda niña y toda mujer tengan un testimonio de su potencial eterno de ser madres si guardan sus convenios terrenales. “Cada una es… una amada hija espiritual de padres celestiales y, como tal, cada una tiene… un destino divino” (La familia: Una proclamación para el mundo). Como hijas espirituales de Dios, las mujeres “recibieron sus primeras lecciones en el mundo de los espíritus, y fueron preparad[as] para venir” (D. y C. 138:56) a la tierra; “se hallaban entre los nobles y grandes” (D. y C. 138:55) que “se regocijaban” (Job 38:7) por la creación de la tierra porque se les daría un cuerpo físico junto con la oportunidad de ser “probados” en una esfera mortal (véase Abraham 3:25).

Desearon trabajar codo a codo con hombres justos a fin de alcanzar las metas eternas que ni ellas ni ellos podrían alcanzar cada uno por su lado.

La función de la mujer no comenzó en la tierra y no termina aquí. La mujer que valora la maternidad en la tierra valorará la maternidad en el mundo venidero, y “donde esté [su] tesoro, allí estará también [su] corazón” (Mateo 6:21). Al cultivar un “corazón de madre”, cada niña y cada mujer se prepara para su misión divina y eterna de maternidad. “Cualquier principio de inteligencia que [logre] en esta vida se levantará con [ella] en la resurrección; y si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por medio de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero” (D. y C. 130:18–19).

He visto en la vida que algunos de los más auténticos “corazones de madre” laten en el pecho de mujeres que no criarán a hijos propios en esta tierra, pero ellas saben que “todas las cosas tienen que acontecer en su hora” y que están “poniendo los cimientos de una gran obra” (D. y C. 64:32–33). Al guardar sus convenios, están invirtiendo en un gran y prestigioso futuro porque saben que “a quienes guarden su segundo estado, les será aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás” (Abraham 3:26).

Hace poco estuve en un parque donde conocí a un grupo de mujeres con “corazón de madre”. Son mujeres jóvenes y fieles a sus convenios, inteligentes y con licenciaturas de respetadas universidades. Dedicaban sus muchos dones a proyectar la cena para aquel día y a compartir ideas sobre el gobierno de una casa. Enseñaban a pequeños de dos años a ser bondadosos unos con otros, calmaban a los bebés, consolaban a los chiquitines que se quejaban de algo y les enjugaban las lágrimas. Pregunté a una de esas madres cómo pudo trasladar sus talentos de tan buen grado a la función de madre. Ella me respondió: “Sé quién soy y lo que debo hacer. Todo lo demás deriva de eso”. Esa joven madre edificará la fe y el carácter en la próxima generación con una oración familiar a la vez, una sesión de estudio de las Escrituras, un libro leído en voz alta, una canción, una comida familiar tras otra. Se ha embarcado en una gran obra y sabe que “herencia de Jehová son los hijos… [y]… [bienaventurada la mujer] que llenó su aljaba de ellos” (Salmos 127:3, 5). Ella sabe que la influencia de una madre recta y concienzuda que persevera día tras día es mucho más perdurable, mucho más poderosa y mucho más prestigiosa que cualquier puesto o institución terrenales inventados por el hombre. Entiende que, si es digna, tiene el potencial de ser bendecida como Rebeca de antaño de llegar a ser “madre de millares de millares” (Génesis 24:60).

Las mujeres fieles a sus convenios que tienen corazón de madre saben que, ya sea que la maternidad llegue temprano o tarde, ya sea que sean bendecidas con “su aljaba” llena de hijos aquí en la vida terrenal o no, ya sea que sean solteras, casadas o que hayan quedado solas a cargo de sus hijos, en los santos templos son “[investidas] con poder de lo alto” (D. y C. 38:32) y que, con esa investidura, reciben las bendiciones prometidas y “las creen y las [aceptan]” (véase Hebreos 11:13).

Toda niña y toda mujer que hace y guarda convenios sagrados puede tener “corazón de madre”. No hay límite para lo que una mujer con “corazón de madre” puede llevar a cabo. Las mujeres justas han cambiado el rumbo de la historia y continuarán haciéndolo, y su influencia se extenderá y crecerá a un ritmo cada vez más rápido a lo largo de las eternidades. Cuán agradecida estoy al Señor por confiar a las mujeres la divina misión de la maternidad. Al igual que la madre Eva, “me regocijo” (véase Moisés 5:11) por saber esto. En el nombre de Jesucristo. Amén.

© 2010 por Intellectual Reserve, Inc. Todos los derechos reservados.

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