Élder D. Todd Christofferson
Del Quórum de los Doce Apóstoles
En los momentos de aflicción, asegúrate de que tus convenios tengan primordial importancia y que obedezcas con exactitud.
Élder D. Todd ChristoffersonQuiero dar una cordial y sincera bienvenida al élder Neil L. Andersen al Quórum de los Doce Apóstoles. Él es un complemento digno y bienvenido.
El 15 de agosto de 2007, hubo un terremoto en el Perú que casi destruyó por completo las ciudades costeras de Pisco y Chincha. Al igual que muchos otros líderes y miembros de la Iglesia, Wenceslao Conde, el presidente de la Rama Balconcito de la Iglesia en Chincha, fue a ayudar de inmediato a aquellos cuyas casas habían sufrido daños.
Cuatro días después del terremoto, el élder Marcus B. Nash, de los Setenta, estaba en Chincha ayudando a coordinar la ayuda humanitaria que envió la Iglesia y conoció al presidente Conde. Mientras hablaban de la destrucción que había ocurrido y de lo que se estaba haciendo para ayudar a las víctimas, Pamela, la esposa del presidente Conde, se acercó con uno de sus pequeños hijos en brazos. El élder Nash le preguntó a la hermana Conde cómo estaban sus hijos. Con una sonrisa, ella respondió que gracias a la bondad de Dios todos estaban bien y a salvo. Él le preguntó acerca de la casa de ellos.
Ella simplemente respondió: “Destruida”.
“¿Y sus pertenencias?”, preguntó él.
“Todo quedó enterrado bajo los escombros de nuestra casa”, respondió la hermana Conde.
“Sin embargo usted está sonriendo”, dijo el élder Nash.
“Sí”, dijo ella, “he orado y estoy en paz. Tenemos todo lo que necesitamos; nos tenemos el uno al otro, tenemos a nuestros hijos, estamos sellados en el templo, tenemos esta maravillosa Iglesia y tenemos al Señor; la podemos volver a construir con la ayuda del Señor”.
Esa tierna demostración de fe y fortaleza espiritual se repite en la vida de los santos de todo el mundo en diferentes entornos. Es un sencillo ejemplo de un poder profundo que hoy en día se necesita mucho y que será cada vez más crucial en los días venideros. Necesitamos cristianos firmes que perseveren en las dificultades, que mantengan la esperanza en medio de la tragedia, que puedan dar ánimo a los demás mediante su ejemplo y compasión y que superen las tentaciones sin cesar. Necesitamos cristianos firmes que mediante su fe lleven a cabo cosas importantes y que defiendan la verdad de Jesucristo en contra del relativismo moral y del ateísmo militante.
¿Cuál es la fuente de ese poder moral y espiritual? Y ¿cómo se obtiene? La fuente es Dios; obtenemos ese poder mediante los convenios que hacemos con Él. Un convenio es un acuerdo entre Dios y el hombre en el que Dios fija las condiciones (véase Guía para el Estudio de las Escrituras, “Convenio”, pág. 38). En estos acuerdos divinos, Dios se compromete a sostenernos, a santificarnos y a exaltarnos a cambio de nuestro compromiso de servirle y de guardar Sus mandamientos.
Concertamos un convenio mediante las ordenanzas del sacerdocio, que son rituales sagrados que Dios ha ordenado para que manifestemos nuestro compromiso. Por ejemplo, nuestro convenio básico, en el cual afirmamos por primera vez nuestro deseo de tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, se confirma mediante la ordenanza del bautismo; éste se lleva a cabo individualmente y por nombre. Por medio de esa ordenanza somos parte del pueblo del convenio del Señor y herederos del reino celestial de Dios.
Otras ordenanzas sagradas se llevan a cabo en los templos que se construyen precisamente para ese fin. Si somos fieles a los convenios que allí hacemos, llegamos a ser herederos no sólo del reino celestial, sino de la exaltación, la gloria más alta dentro del reino celestial, y obtenemos todas las opciones divinas que Dios pueda dar (véase D. y C. 132:20).
En las Escrituras se habla de un nuevo y sempiterno convenio, que es el evangelio de Jesucristo. En otras palabras, las doctrinas y los mandamientos del Evangelio constituyen la esencia de un convenio perpetuo entre Dios y el hombre que se establece nuevamente en cada dispensación. Si expresáramos el nuevo y sempiterno convenio en una sola frase, sería ésta: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Jesús explicó lo que significa creer en Él y dijo: “Y éste es el mandamiento [o en otras palabras, éste es el convenio]: Arrepentíos todos vosotros, extremos de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os presentéis ante mí sin mancha” (3 Nefi 27:20).
¿Cómo es que el hacer convenios con el Señor y guardarlos nos da el poder de sonreír en medio de las dificultades, de convertir la tribulación en triunfo, de “estar anhelosamente consagrados a una causa buena… y efectuar mucha justicia” (D. y C. 58:27)?
Fortalecidos mediante dones y bendiciones.
Primero: al vivir en obediencia a los principios y mandamientos del evangelio de Jesucristo, recibimos un caudal continuo de bendiciones que Dios nos promete al hacer convenio con nosotros. Esas bendiciones nos dan los medios que necesitamos para actuar y no simplemente que se actúe sobre nosotros a lo largo de la vida1. Por ejemplo, los mandamientos del Señor en la Palabra de Sabiduría en cuanto al cuidado de nuestro cuerpo físico nos bendicen, ante todo, con “sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros escondidos” (D. y C. 89:19). Además, conducen a una vida más sana en general y a permanecer libres de adicciones destructivas. La obediencia nos da mayor control sobre nuestra vida, mayor capacidad para ir y venir, para trabajar y crear. Desde luego, la edad, los accidentes y las enfermedades inevitablemente nos afectan; pero aún así, la obediencia a esta ley del Evangelio aumenta nuestra capacidad de afrontar esos desafíos.
En el sendero del convenio encontramos un suministro constante de dones y de ayuda. “La caridad nunca deja de ser” (1 Corintios 13:8; Moroni 7:46), el amor engendra amor, la compasión engendra compasión, la virtud engendra virtud, la dedicación engendra lealtad, el servicio engendra regocijo. Somos parte del pueblo del convenio, una comunidad de santos que se alientan, se apoyan y se ministran unos a otros. Como lo explicó Nefi: “Y si los hijos de los hombres guardan los mandamientos de Dios, él los alimenta y los fortifica” (1 Nefi 17:3) 2.
Fortalecidos con mayor fe
Todo esto no significa que la vida dentro del convenio se halla libre de desafíos ni que el alma obediente deba sorprenderse si su paz se ve interrumpida por la desilusión o incluso por una catástrofe. Si piensas que la rectitud personal debe librarnos de toda aflicción o sufrimiento, quizás debas conversar con Job. VER: http://www.lds.org/confere
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